LOS OTROS ROSTROS 1975-1981 SABADO GRAFICO. SABADO GRAFICO 1956-1983 FILOLOGIA

“Los otros rostros” (1975-1981) en Sábado Gráfico (Madrid, 1956-1983)

Álvaro Cunqueiro

Follas Novas, 2013

770 páginas

25 €

Antonio Rivero Taravillo

Siendo un notable novelista y un no menos estupendo poeta, Álvaro Cunqueiro sobresalió de manera especial en el artículo de prensa, en extensión que iba del par de cuartillas a los tres o cuatro folios. No se necesita más para provocar el asombro y arrastrar, como es su caso, con un encanto irresistible. Escribió miles de ejemplares de este tipo de texto que es una mezcla feliz de dato erudito y fabulación, de humor y de ‘joie de vivre’, pero siempre sin pedantería, pero siempre teñido con una luz melancólica, con prosa sabrosísima, en incontables publicaciones, principalmente Faro de Vigo (que llegó a dirigir) mas también en El Progreso de Lugo o en tantas y tantas cabeceras. Numerosas recopilaciones de estos artículos fueron apareciendo póstumamente sobre todo en la editorial Tusquets, pero a la librería y editorial compostelana Follas Novas le debemos las dos más recientes: “Los días” en La Noche y esta que hoy comentamos.

Tenemos ya al autor en el último lustro de su vida, hostigado por la diabetes y un tanto perplejo por los acontecimientos del país en el paso vacilante de la dictadura a una incipiente democracia. Mi impresión personal es que se le ve cansado, a lo que contribuyen las no pocas reiteraciones que nos salen al paso, pero en sus mejores faenas aún eclipsa a la inmensa mayoría de escritores en periódico de aquellos años, por más que abunde en el mismo tipo de artículo que al comienzo de su carrera, refutando al transcurrir del tiempo. Con mimbres diferentes, son variaciones de un nunca declinado asombro ante el mundo que ya relumbraba en 1939 cuando desde ABC, entre los obligados laúdes a Franco suyos o, por ejemplo, de Wenceslao Fernández Flórez, colaba “Versiones del mes y día de san Juan”, donde ya se nos muestra de una pieza. Allí con el pretexto de las peregrinaciones del cristiano hablaba de sirenas, milagros e islas desconocidas y de Falstaff y del “maestro Bédier” (sí, el romanista que, entre otras cosas, recreó Tristán e Isolda), como pudo hacerlo más de cuarenta años después. Y es que Cunqueiro es un autor al que le sienta bien el marbete de tradicional: una y otra vez se ocupa, en el girar del tiovivo de los días, de las fechas señaladas; y recupera en el año cíclico, nuevo y antiguo, siempre lo mismo y todo distinto.

En tiempos en que no existía Internet, Cunqueiro maneja siempre una información riquísima y cita con desenvoltura copiosa bibliografía extranjera, además de noticias leídas en diferentes publicaciones del mundo. Él mismo cuenta que anota curiosidades en unos cuadernos de los que luego extrae ese saber enciclopédico mixturado con su donaire habitual. A todo le saca punta, todo le da pie para su colaboración, en este caso semanal. Y tiene temporadas como ese final de primavera e inicio de verano de 1976 en que firma páginas tan espléndidas como las de “Los ingenios necesarios”, “El misterioso mundo del paraguas” o “La maldita gloria”. De este último artículo es el siguiente párrafo, que me parece recordar de otro escrito suyo, pero qué importa: “Servidor cree que se adelantó algo a cierta literatura –y a cierto cine– escribiendo a los diez años una pequeña novela en la que los indios cheyennes eran los buenos y los blancos los malos.” Y poco más adelante añade: “Como los indios y blancos habían de hablar idiomas diferentes, mis cheyennes hablaban en gallego y los rostros pálidos en castellano, que eran los dos idiomas que entonces yo sabía. Siempre he sido muy aficionado a poner en mis relatos un río, que hay que vadear o pasar por un puente.” Pero como los indios no eran amigos de puentes, les hace pasar el río por el vado, “cantando una variación que yo había hecho para ellos del himno gallego pondaliano.”

Ya, desde tan temprano, la inventiva cunqueiriana. En varias partes del libro leemos que tal relato tenido por tradicional fue él quien lo creara hace tiempo. Le pasa a él (en parte) lo que dice de otro autor: “Max Jacob sostenía que era su padre quien había inventado la mayor parte de las costumbres bretonas.” Aunque incluye algunos estudios preliminares, el volumen carece de índice onomástico, y se entiende: este hubiera sido muy extenso. Por aquí circulan muchos nombres, entre los cuales están los de numerosos escritores que fueron también sus amigos, como Rafael Sánchez Mazas, Pedro Mourlane Michelena o Juan Perucho.

Como un pregón de mercancías codiciables, he aquí los títulos de un ramillete de artículos que aparecen en el libro: “Avisando de sucesos pasados”, “Correo con fantasmas”, “Cuervos parlantes”, “De acuerdo con las estrellas”, “De las conversaciones entre robles y lobos”, “De seis españoles y algunos más”, “El herbolario curalotodo”, “El sordomudo en los mítines”, “En la primera mañana de otoño”, “Las ciudades sumergidas”, “Los grandes señores que llamamos vientos” o “Regale un unicornio”. Así, casi trescientos. Habrá a quien, después de haberlo leído (placer que no todos se han dado), no le guste Cunqueiro. Haberlo habrá, como las meigas, pero a mí se me antoja esa posibilidad más fantástica que la de la existencia de los centauros o los resucitados. Por cierto, hay otro artículo en la colección que se titula así, “Los inexistentes”.