La arquitectura podría ser explicada a través de las acciones que pone en marcha, más allá de intenciones o retóricas. Un proyecto de arquitectura puede enunciarse como un catálogo de verbos, sucesión de actuaciones establecidas en un lugar concreto que desencadena otra serie de actos, una suerte de ley de Newton por la que las acciones desplegadas por el proyecto conllevan reacciones por parte de sus habitantes. Proyectar requiere de una taxonomía operativa de funciones: algunas podrían referirse a las alteraciones que genera la arquitectura al entrar en contacto con el medio, otras a la transformación que causa en la materia y otras a nuestra implicación vivencial y comprometida. Y así pasamos del pensamiento a la acción.