En los ochenta, con la globalización económica, se desregularon las economías y se criticó el intervencionismo estatal. El resultado fue más desigualdad y más pobreza. Ahora se pretende dar una vuelta de tuerca más a la liberalización económica: ya no se trata de disminuir las «interferencias» estatales, sino dinamitarlas mediante los tratados de nueva generación, para que el Estado deje de actuar como resistencia y se ponga, únicamente, al servicio de las élites globales, decididas a actuar prescindiendo de todo control democrático.