Ildefonso Arenas narra con un punto de ironía y tras una asombrosa investigación histórica, los prolegómenos y la batalla de Waterloo, mediante las peripecias de Miguel-Ricardo de Alava y Esquivel (1772 a 1843), cuyo historial resulta extraordinario: capitán de fragata de la Marina Real (1805), diputado general de Alava (1812), teniente general de los Reales Ejércitos (1814), embajador en el Reino Unido de los Países Bajos (1814), comisionado del Rey de España en el Ejército del Duque de Wellington (1815), embajador en Francia (1815, 1835), diputado por Alava (1821), presidente de las Cortes (1822), embajador en el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda (1834, 1838), senador (prócer) (1834, 1836), ministro de Marina (1835) y presidente del Consejo de Ministros (1835). Sin embargo, es sobre todo conocido por haber sido la única persona, en cualquiera de los bandos, que participó, en puestos de mando, en las dos batallas más importantes de las Guerras Napoleónicas, Trafalgar (1805) y Waterloo (1815). Pese a conservarse en el Museo de Armería de Alava una estatua y sobre todo una escultura ecuestre en el Monu