Milagro es un efecto que está fuera del orden, de toda naturaleza creada o que excede al poder de toda esa naturaleza conocida. Tómelo en cuenta el lector y sirva esta definición como premisa para el tratamiento de la materia que intentaremos analizar a continuación. Dispongámonos a reflexionar. Este trabajo se basará ante todo en esto: una reflexión y un constante replanteamiento de nuestras “verdades histórico-religiosas” dadas como intocables pero que, en muchas ocasiones, nos han sido impuestas sin ningún tipo de razonamiento coherente o lógico. Donde no llegaban estas condiciones, aparecía la fe (“Yo no sé todavía qué milagro se ha cronometrado. Se cree o no se cree. Lo demás son necedades”) (1), o lo que es lo mismo, creer sin una razón aparente, sustancial. Sobre todo, esta creencia imperativa sin paliativos ni excusa alguna está muy presente en el ámbito religioso, obviamente, en donde la mayoría de los dogmas que se manejan desde los primeros tiempos, eran inculcados de manera relativamente arbitraría y sin posible discusión, pudiendo peligrar la vida de aquel que osara tan siquiera discrepar ligeramente de esos planteamientos inamovibles. Tenemos muchos y muy tristes ejemplos que ilustrarían esta triste realidad. De hecho, la misma ciencia se vio menoscabada, maniatada y atrasada por estos condicionamientos que no dejaban lugar para un intento empírico de explicación. El miedo daba paso a la ignorancia, y con ello se producía el retraso de toda una civilización, tanto en su propia cultura como en los demás campos de la vida cotidiana. Solamente el mentar a ciertas divinidades o sus “leyes indiscutibles” era tabú. En la actualidad, la mayoría de aquellas peregrinas verdades intocables, no aguantarían ni un examen mínimo con los avances científicos y tecnológicos que el ser humano ha llegado a alcanzar. Y a esto no hay que considerarlo egocentrismo de la raza humana, sino una firme objetividad.