Este libro, no es una novela en el sentido estricto de la palabra, sino más bien un ejercicio deliberado para recuperar del archivo de la memoria, y de manera casi cronológica unos hechos y situaciones vividos con intensidad hace ya muchos años y cuyo impacto, ha resistido el paso del tiempo hasta tal punto que con frecuencia, en momentos de involuntaria abstracción perviven en el recuerdo como si acabaran de suceder. He aprovechado la circunstancia de que por ahora las neuronas de mi cerebro se muestren todavía generosas y me han permitido rememorar con relativa facilidad lo que cuento en estas páginas. Dos hechos básicos están en el espíritu de este libro. Uno es el presentar la figura del Capitán Selwyn y el otro el dar testimonio de una amistad, de los que fueron sus oficiales, que ha perdurado durante más de cincuenta años y que se remonta a los ya lejanos tiempos de la Escuela de Náutica. Desaparecido Selwyn, y extinguidos casi todos nuestros mayores, nos queda ahora el inapreciable tesoro que constituye el saber que siempre hemos podido y podemos contar todavía ahora, con quienes aún sin llamarlos, estarán siempre a nuestro lado ayudándonos a capear los temporales con que a veces la vida nos pone a prueba.
