EL PACIENTE DE EL PARDO CRONICA AGONIA IMPREVISIBLE

EL PACIENTE DE EL PARDO CRONICA AGONIA IMPREVISIBLE. AGONIA DE FRANCISCO FRANCO POR SU CARDIOLOGO

Editorial:
REAL DEL CATORCE
Año de edición:
Materia
BIOGRAFÍAS
ISBN:
978-84-936187-1-1
Páginas:
234
Encuadernación:
Rústica
Disponibilidad:
Disponible en 1 semana

18,00 €

El que fue médico más joven de todos los que atendieron al entonces jefe del Estado ha decidido rescatar de su memoria y de sus carpetas toda la información que produjeron desde dentro aquellos días transcendentales. Y lo hace con el rigor científico que corresponde a su formación profesional pero también con el sentimiento y la honestidad de un hombre de bien. ?

José Luis Palma Gámiz fue el miembro más joven del equipo sanitario que atendió a Francisco Franco en sus últimos días de vida. Ahora se ha decidido a contar todo lo que sucedió en aquellos momentos de confusión en un libro: ‘El paciente de El Pardo’ (Rey Lear), un relato inédito que parece convertir en testigo presencial al lector mientras clarifica, entre otras, dos delicadas cuestiones: cómo se intentó ocultar la verdad a la opinión pública y cómo se prolongó inútilmente la agonía de Franco.

Los partes médicos más difíciles

El doctor Gámiz se confiesa en esta obra directamente a su hija, dirigiéndose a la vez de una forma más personal al lector para aproximarle a cada uno de los últimos minutos del Caudillo. Nervios, dramatismo y sobre todo un miedo tenso se palpan en un testimonio que aporta además una extensa documentación médica: las notas que tomó cuando reconocía al paciente, los partes médicos que atestiguaron cada paso de la enfermedad e incluso una copia del testamento que el dictador redactó antes de morir.

Un año antes el Caudillo había sido ingresado en el Hospital Provincial de Madrid a causa de una tromboflebitis, algo que produjo una imagen pública del Dictador muy diferente a la de costumbre. Y en esta ocasión los rumores y la expectación nacional no iban a ser menos, por lo que desde el día de la Hispanidad las especulaciones comenzaron a circular en todas las direcciones y en ambos bandos. Era el principio del final. En los siguientes días se iba a configurar el desenlace no sólo de un Dictador, que para entonces era un anciano maltrecho por la fiebre, sino de un largo y complejo periodo histórico.

electrocardiograma
Parte del electrocardiograma practicado a Franco el 21 de octubre de 1975.
Un paciente difícil

El escenario donde se vivieron los últimos intentos de salvar al paciente fue El Pardo, el hogar de la familia Franco que, custodiado por un amplio despliegue militar, se había reconvertido en un pequeño hospital a juzgar por la cantidad de personal sanitario que custodiaba la salud del enfermo: 38 profesionales en total. En turnos de ocho horas los médicos personales de Franco, entre los que se encontraba el propio autor y Cristóbal Martínez Bordiu (yerno del paciente), vigilaban con extremo cuidado la evolución física del anciano. Si algo despertó entonces la atención de los doctores fue la increíble resistencia física con que Franco soportaba cada crisis, alargando aún más la agonía de sus últimos días.

A pesar de ser un buen equipo, como reconoce Gámiz, las cosas pronto comenzaron a torcerse: “- Coño, coño, coño- repetía Vital una y otra vez cuando Lina le llevó el electrocardiograma.- ¿Y estas segura de que es suyo?- preguntaba incrédulo- Pero si esto es un infarto agudo y grande como la copa de un pino. Coño, coño, coño- insistía-”. Mientras tanto, Franco estaba en su despacho, “como si tal cosa”, dedicándose a sus asuntos y planeando incluso el próximo Consejo de Ministros.

Sin duda muchos de los tópicos que se han repetido en torno al fuerte carácter de Franco se confirman en esta lectura. Sorprende conocer cómo incluso en su crítico estado de salud, el Dictador mantenía su habitual forma de tomar las decisiones: consultándolas sólo consigo mismo. Así sucedió cuando todo el equipo, incrédulo ante el fatídico cuadro que presentaba el paciente, se acercó temeroso hasta su lecho y exigió al anciano que debía reposar urgentemente. Incluso su hija Carmen intentó, en vano, convencer al paciente de que el peligro era enorme: “No puedo –dijo resueltamente el paciente tratando de liberarse de aquel angustioso ataque-. Hoy es jueves. Eso significa que mañana tenemos un Consejo de Ministros al que no puedo faltar. Hay asuntos delicados y tengo que estar presente. Después del Consejo haré lo que ustedes me piden. Me meteré en cama y pasaré en reposo todo el fin de semana, pero mañana no, mañana debo cumplir con mi obligación por mucho que ustedes quieran convencerme de lo contrario”. Y así lo hizo.

Oscurantismo oficial

Sin embargo, desde el 15 al 21 de octubre el paciente volvió a sufrir varios ataques anginosos haciendo irrecuperables los daños en el corazón que le había provocado el anterior infarto de miocardio. Y fue en ese momento cuando algunos de los médicos se negaron a continuar con la estrategia de oscurantismo público que venían protagonizando. Franco podía morir en cualquier momento y el pueblo español no tenía la más mínima noticia: “… no estábamos dispuestos a hacernos cómplices de los oscuros intereses de algunos, ocultando por más días lo que tenía que ser del conocimiento general. No entendíamos las razones de la negativa.” Sin embargo, el primer parte médico que se decidió publicar oficialmente sembró más confusión que verdad, ya que se intentó camuflar la inminente realidad evitando, sobre todo, decir la palabra ‘infarto’.

prensa
El diario 'Pueblo' dando la noticia.
La estancia en la que Franco se sumergía en su espera hacia un final inevitable se mantenía siempre en la penumbra, guardando armonía con la atmósfera fúnebre que reinaba el palacio aquellos días. A pesar de que la actitud predominante en el círculo de personas que acompañaban al paciente no quería admitir la gravedad de las cosas, el que más cuenta se daba de lo que iba ocurriendo era el propio enfermo: “… estaba al tanto de todo aunque diese la impresión de permanecer como ausente. Lo había hecho siempre. Era su particular forma de comportarse. Así podía descolocar a sus adversarios más fácilmente.”

Alargar la agonía

De esta manera, el 14 de noviembre el Caudillo entraba en estado de ‘shock’ a consecuencia de un estallido de la sutura gastroduodenal y fue urgentemente trasladado a quirófano. Con desesperanza se reanimó rápidamente el corazón y después se trasladó al paciente a la UVI: “Tenemos que parar de una vez –dijo uno de ellos-. No es ni siquiera por el sufrimiento del propio paciente, es sobre todo por la imagen que se está dando a un pueblo demasiado tolerante.”

Intubado y sedado, Franco seguía resistiendo hasta que a lo largo de los días 18 y 19 su cuadro clínico comenzó el declive. Y murió: “Dios mío –me dije al contemplar con horror aquel cuerpo desnudo, pequeño y exánime-, verdaderamente hemos hecho de él un ecce homo”. Y fue con esa imagen con la que José Luis Gámiz, dejando a un lado cualquier otro pensamiento y tras aquella larga odisea médica, comprendió haber visto por primera vez el significado que algunos le dan a la dignidad de la muerte.