LA VIDA EN HERMANAUTA

LA VIDA EN HERMANAUTA. IL. PEDRO DIAZ DEL CASTILLO

Editorial:
ARIADNA
Año de edición:
ISBN:
978-84-609-8004-9
Páginas:
110
Encuadernación:
RÚSTICA
Disponibilidad:
Disponible en 72h

10,00 €
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Dioses de varias especies dominan la vida en la ciudad hermética. Sus habitantes, poseídos por una frenética actividad, jamás se hablan. Las noticias se atropellan unas a otras mientras escapan al festín que cada mañana se produce en silencio. Los dioses deciden quién queda libre de la cárcel, cuántos niños pueden nacer en Luna llena, quién tiene derecho a la felicidad y quién debe precipitarse al vacío desde un puente en la autopista. A veces, a algún mortal que no ha sido seducido se le ha visto paseando por el parque con una colilla entre los labios, pero esto no es frecuente en Hermenauta.

Las crónicas cuentan que hubo un tiempo en que las noticias sobre la Revolución, la amnistía o la muerte de un pariente lejano llegaban años más tarde, luego cuando la familia ya había desaparecido en galeras. Se dice también que en los días de lluvia las gentes se guarecían en soportales y marquesinas, mientras pausadamente alguna muchacha leía las atrasadas cartas de un soldado. Pocos conocen la historia de las plazas, el encanto de los minaretes, la frondosa lentitud que anida bajo las fuentes.



La vida en Hermenauta se reduce a un devaneo entre varias especies de dioses y unos infatigables mortales que intentan zafarse del capricho de sus oráculos. Quienes evitan la inmolación son pasto de la lujuria pero nunca de la apatía, todos menos aquel que aún sigue paseando por el parque con una colilla entre los labios. La admiración por este hombre invade a los habitantes de Hermenauta. Lo que ignoran todos es que la ciudad está llena de hombres que pasean por parques, ancianos que fuman detrás de los kioscos, muchachos que leen periódicos por encima del hombro, soldados que escriben cartas en cualquier taberna. En realidad, aunque no lleguen a verlos, les acompañan a todas partes con diferentes identidades pero tan sólo hablan con sus sombras con la inútil esperanza de evitarles la cólera de los dioses.

De "La vida en Hermenauta" p.21