Faber reconstruye con su perspicacia habitual cómo el bienintencionado deseo de mejorar la imagen de España suele acabar contaminado por el nacionalismo excluyente, generándose un clima de intolerancia hacia todo aquel que se atreva a presentar una visión crítica o discordante del relato dominante, incluidos los hispanistas que, como él mismo, escapan del molde en el que se les quiere reducir, el de observadores externos que estudian con cariño la historia y la cultura españolas. Los ejemplos que pone son desoladores, pero no dejan de tener un punto cómico, casi berlanguiano. Prólogo de Ignacio Sánchez-Cuenca.