Pagar¡a por volver a mi buhardilla, por volver a aquellos tiempos; pagar¡a por llegar arriba en los inviernos antes que la Maricarmen y coger yo el horno, o por correr abajo e ir a su casa a ver el fascinante Nacimiento; pagar¡a lo impagable por volver a aquel 98 en que por fin vino a vivir mi madre al d£plex y llegamos a ser seis en la familia. Pagar¡a? Qu‚ estupidez. Qu‚ tonter¡as se me ocurren cuando me pongo sensiblero, cuando me pongo a recordar lo que no debo? Nada hay que pagar, lo s‚. El calor de una familia no se paga, no tiene precio. S¢lo se percibe. Cuando falta hace enano y fr¡o un enorme d£plex como el m¡o, cuando emana amplia y c lida una m¡sera buhardilla.