Lo que se ha dado en llamar el joven Nietzsche (para entendernos, el autor de “El Nacimiento de la Tragedia”), el discípulo de Schopenhauer, el entusiasta de la música de Wagner, presiente por momentos el latido sagrado que representa Dioniso. Abandonó enseguida ese mundo iniciando el difícil e inevitable desfiladero de la Ilustración. En alguno de aquellos abismos debió extraviarse. Al contrario que su denostado Eurípides, tan ilustrado como él pero que supo mantener no solo el brillo puro de las divinidades olímpicas sino también la oscuridad sagrada de los misterios del dios del éxtasis.
