PRINCIPIO DE GRAVEDAD

PRINCIPIO DE GRAVEDAD

Editorial:
BALDUQUE
Año de edición:
ISBN:
978-84-942804-8-1
Páginas:
80
Encuadernación:
RÚSTICA
Disponibilidad:
Disponible en 5 días

11,00 €

“Principio de Gravedad” es el segundo poemario con el que este poeta cartagenero de honda inspiración mediterránea acomete su particular Odisea Poética. De la calidad de su trabajo creativo dio ya cuenta en “Ningún Lugar”, poemario que resultó ganador en el XVI Certamen de poesía “Pepa Cantarero”. De “Principio de Gravedad” lo primero que se puede afirmar es que posee una fuerza de atracción que obliga a seguir leyendo poema tras poema adentrándose cada vez más en su mundo. Nada más leer los primeros versos el lector prudente siente la necesidad de acomodarse –sentarse en un buen sillón y servirse un buen vino- para propiciar el nivel de atención que estos versos demandan. Sí, desde el inicio, el lector se percata de la naturaleza del poemario: poesía alejada de posturas estéticas circunstanciales, escasas concesiones a la galería por tanto y un trasfondo clásico que no acaba hiriendo la contemporaneidad de una poesía de gran calado. ¡Sentémonos pues en un sillón bien mullido y dejémonos llevar por la marea de “Principio de Gravedad”!

Recién leído, aquel poemario levitaba entre mis manos haciendo gala de su naturaleza transgresora. Sí, el susodicho poemario se resistía a sucumbir a la implacable gravedad y se mantenía un par de centímetros por encima de la palma de mis manos. Todo un fenómeno, sin duda. Sin embargo, no me sorprendió tanto aquella insubordinación a las leyes de la física por parte de la materia (libro procreado en papel de toda la vida) que el poeta había titulado, sin duda acertadamente, “Principio de Gravedad” como el contenido-trascendente y vital del mismo: versos rezumantes de libertad física (que conlleva derrotas por doquier), lírica concienzudamente esencialista[1] y, sobre todo, trascendencia vivencial e historicista. Todo ello materializado mediante un lenguaje donde la síntesis entre lo coloquial y el conceptualismo se dan la mano para atravesar el verso de sentimientos cuya expresión adquiere formas narrativas que refuerzan el resultado final. Pero, ¿Qué es “Principio de Gravedad”, qué clase de razonamientos han llevado al autor a escoger un título tan mestizo, tan proteico, tan limítrofe entre contextos aparentemente diferentes como la poesía, la física, la metafísica y …, tal vez la fundamentación de este título se deba, a mi juicio, a algo poco habitual en los círculos poéticos y que resulta aún más infrecuente en las cada vez más fragmentarias cuadrículas de la ciencia superespecializada: la visión no reduccionista de la realidad con la que el autor enfoca el mundo, su mundo; realidad que se hace voz poética en unos versos que aun exhalando sentimientos y reflexiones, no renuncia, empero, a la complejidad de su fuente: experiencias vividas, lecturas reinterpretadas existencialmente, música evocadora de un profundo lirismo en el que cabe cierta melancolía, la estulticia global que parece gravitar sobre la parte más “civilizada” de la humanidad.

Como algunos exegetas de “Principio de Gravedad” han afirmado ya (en reseñas de jugosa plusvalía), a primera vista, estos versos podrían interpretarse como auténticas expresiones de desgarro y desesperación por una existencia sin demasiado sentido, pero hay algo en los genes de la poesía universal –especialmente la de los clásicos- que se refleja en la voz de Vicente Velasco Montoya y que se repite y se mantiene poco menos que inmutable al paso del tiempo: su carácter catárquico y depurativo que en definitiva es la única forma de búsqueda de uno mismo. Así, desde los poetas esencialistas de las más diversas tendencias estéticas (desde Hölderlin a Goethe y Eliot pasando por contemporáneos como Ángel González, María Teresa Cervantes, José Mª Álvarez, Antonio Marín Albalate o el más joven y cáustico Manuel Valero), se mantiene vigente este oficio purgativo de la poesía que Velasco Montoya integra en sus versos como una terapia en forma de gran catarsis donde el llanto no deja de ser salvífico en la medida en que conforta y también porque se evidencia que al menos hay una cosa que vivirá con él y le acompañará siempre sin posibilidad de abandono: su memoria, ese reservorio donde Velasco Montoya tiene su principal fuente de inspiración junto con sus vivencias más tardías o las del porvenir menos inmediato, pero que él –como poeta con proyección de futuro (cualquier futuro posible está enraizado en la infancia)- ya es capaz de prever: ”Me supe traicionado al ser testigo/del derribo inmisericorde de la geometría del sueño./Desde entonces no dejo de repetirme/ que la infancia es la decadencia de nuestro futuro/…” (Velasco Montoya, 2015: 59)