Las inquietudes, elucubraciones y maquinaciones sobre el ya conocido ?y temido? problema del incremento imparable de la poblaci¢n mundial empezaron a conocerse en la segunda mitad del siglo pasado, con planteamientos cient¡ficos, econ¢micos, demogr ficos? y conspirativos, en pos de una soluci¢n que se vislumbra inalcanzable. Tal vez quienes apuestan por la v¡a de la conspiraci¢n est n zurciendo maldades, que de llegar a manos de dirigentes mundiales desaprensivos podr¡an conducir a soluciones apocal¡pticas. Las tres grandes potencias, siempre rivales, entendieron que valdr¡a la pena reunirse, en el m s absoluto secreto, para decidir la manera de llevar a cabo esa atrocidad. Eligieron a sus agentes m s eficientes y les dejaron la libertad de reunirse en un lugar que s¢lo ellos conocer¡an, lo que los condujo a hacerlo al pie de la monta¤a m s alta de la Tierra, y all¡ portaron sus respectivos votos para la toma de la gran decisi¢n.
