Como un volcán, incesante, César Antonio Molina emite prolífico fuego desde su cima, inagotable, como director del mundo cultural, después de ser ministro de cultura, pero también como profesor, prosista y poeta. Aquí se entrega en una antología versos que parten de su ciudad natal, «de una Coruña en la que ya no encontraré mi calle / reedificando a tientas países, paisajes, casas suplantadas». Donde «intenta abrir nuevos pasos, nuevas rutas / por esta piel de pergamino». Mapa de sus viajes, desde Perugia, Sicilia, Grecia a China o América, buscando «donde las aguas del río de las ofelias / en ti mueren de sed». Pues «Trajo polvo de estrellas en sus ojos, / confusión en su alma». Hasta escalar esa «VIEJA CIMA / Varada entre los conos níveos», pues «en círculos de jade / está tendida la ciudad» de sus versos, que se extiende hasta alcanzar la «VISTA DEL PACÍFICO AL ATARDECER / nos hacía soñar con las islas en donde sueñas nuestros sueños (...) por donde el cazador y el venado son una misma sombra». Allí donde «Comenzó a nevar sobre mí el tiempo muerto», y así recogió los pétalos del amor. Lírica queda, como si aspiráramos el aroma de la «ROSA DE PAESTUM: No / dejar / más rastro / que el del barco en la mar / o el ave / en el cielo».