Efectivamente, David Coll aborda todo y construye con todo -con materiales nobles y con lo que encuentra en las bibliotecas, en los bares, en las esquinas y en las plazas de Madrid-, dando como resultado increíbles y sólidos edificios, sostenidos a veces sobre un suelo magmático. Su obra, proteica, rica, multiforme, además de constituir una profundización en el conocimiento, es un festín para los sentidos. Sus poesías surgen como montañas y agitan y cruzan el universo como huracanes y torrentes: hay viento, fuego, tierra y agua por todas partes. En estos elementos se sustentaba ya la filosofía presocrática y de ellos se alimenta la poética de David Coll.