Quizá el lector que comience a leer este poemario por el principio y se encuentre con que en el primer poema se dice que vamos a hablar de la muerte pueda pensar que ese va a ser el tema central del libro. No es así. En realidad, hablar de la muerte es algo que está completamente involucrado con hablar de la vida y en las tres secciones del poemario, infancia, compañera y despedida, laten cantos de amor a la vida. A través de un lirismo intenso, en ocasiones duro o visceral, sin letras mayúsculas y con escasos signos de puntuación, los poemas componen una honesta declaración de apego a la vida. Completamente asomado a sus propias experiencias y a su propia existencia, el autor reflexiona sin tapujos en estos versos acerca de su propia condición humana, con sus felicidades y sus infelicidades, con sus sonidos y sus silencios, con sus luchas, pero también con sus abandonos.
Estas páginas se adentran, o mejor dicho, se abalanzan, sobre los miedos que provoca el inevitable paso del tiempo, con todas sus pérdidas y todos sus adioses, sobre la suavidad afectiva y el reconocimiento de la convivencia, acrecentado en las dificultades, o sobre el recuerdo de una época inmaculada y virgen, que se describe y se tiñe con una pátina de admiración, orgullo y nostalgia.