¿Sinopsis, querido lector? ¿Una lista de personajes que aún no conoces? ¿Un resumen descafeinado de aventuras que no entenderás hasta que las vivas?
¿Qué más da que Claude se aísle del mundo con sus auriculares del silencio? ¿Que Ali combine tacones imposibles con gafas de cerca y voz de bocina? ¿Que Freddy y Angelines, calmados de serie, acaben discutiendo sobre rutas de supervivencia? ¿Que Lobo y Ganímedes transformen el vagón en su foro personal? ¿Que Mónica arrastre un rictus de decepción amorosa crónica? ¿O que todos nosotros, habitantes del de y cincuenta y dos, compartamos media hora de nuestras vidas en el cercanías?
¿De verdad importa que una multa absurda me deje en deuda con Jacobo -alias La Catalana-, cuyo mayor desvelo es que su hija, presunta Isadora Duncan reencarnada, no baile ante un teatro vacío? ¿Y qué si, por una mentirijilla, termino enredado en una farsa diplomática con sello oficial? ¿O que acabe convertido en héroe por los vaivenes del tren y del destino?
No, claro que no importa. Te propongo algo mejor: súbete al de y cincuenta y dos, el tren de las pequeñas epop