Cuando, en los años sesenta del siglo XX, yo era un niño de ocho a diez años y que iba a la escuela, pensaba muchas veces, como todos los niños de Trascastru, cuándo llegarían los trece o catorce años para ir pur il mundu a machacar para ganar cherpus (dinero), como hacían us grandis, es decir, los mayores, y para poder prender el burón, ese lenguaje un tanto misterioso del que los mayores nos desvelaban algunas palabras que, unas veces, excitaban nuestra imaginación sexual y, otras, nos hacían volar por encima de los montes que, por los cuatro puntos cardinales, rodeaban el valle de Forniella y nos llevaban a un mundo de negocios y picardías, de caminos y aventuras.