EL DESAFÍO DE LA RANA DE SALAMANCA

EL DESAFÍO DE LA RANA DE SALAMANCA. CUANDO LA RANA CRÍE PELOS

Editorial:
CLASICAS
Año de edición:
ISBN:
978-84-7882-682-7
Páginas:
288
Encuadernación:
Rústica
Disponibilidad:
Agotado

22,00 €

Un gran latinista español de comienzos del siglo XX, durante un tiempo catedrático en la Universidad de Salamanca y buen amigo de Unamuno, reseñaba en 1935 la Storia della Letteratura latina de V. Ussani con justificado elogio. Entre otras cosas, daba cuenta de la necesidad de poner “calor de alma y acuidad de visión interior” para poder “percibir lo entre las cosas”, en palabras de “un maestro inolvidable”, Nicolás Salmerón. Sólo de esta forma sería posible, según el impar latinista, superar “el plano de la corriente trivialidad, en que se agostan muy valiosas energías” (Pedro Urbano González de la Calle, reseña a V. Ussani, Storia della Letteratura latina nelle etá republicana e augusta”, Emerita 3, 1935, p. 376). Viene al caso esta cita tomada, a su vez, de una cita a la hora de reseñar un libro que tiene mucho de esa acuidad propia del observador perspicaz y de quien sabe que la esencia de las cosas depende ante todo de lo que hay entre ellas, que a menudo, por no decir casi siempre, permanece invisible para los demás. Puede resultar sorprendente que aquello que no parece más que materia de una anécdota y de cierta agudeza visual termine dando lugar a un libro, en especial a un libro tan notable como el que tengo entre mis manos. Es ya un lugar común que los que visitan Salamanca y admiran la imponente fachada plateresca de su universidad busquen con mayor o menor tesón la minúscula rana posada sobre una de las calaveras que se reparten en uno de los laterales. Quienes sienten ulterior curiosidad por saber nuevos pormenores suelen preguntar qué significado tiene la rana, pregunta inocente que, sin embargo, ha suscitado un ramillete de respuestas por lo general poco satisfactorias. Más allá de otras razones simbólicas para todos los gustos, el hecho de que la rana pueda ser la “firma” del escultor tiene algo de plausible, pero esto no deja de contemplar a la rana en sí misma, y no en relación con lo que tiene más cerca, es decir, la calavera. Precisamente, es en esta relación donde está la clave, pues ahí se encuentra la llave que nos desvelará el enigma. Insisto, pues en la idea inicial, en el hecho de saber “percibir lo entre las cosas”. El autor de este libro no sólo percibió lo que podía haber entre la calavera y “su” rana”, sino, además, el hilo invisible que ligaba esta singular imagen a un conocida frase castellana, “cuando las ranas críen pelo”, frase que, en su versión sefardí, se enuncia bellamente con el sujeto en singular y el objeto directo en plural: “cuando la rana críe pelos”. Y tan imposible es que la rana críe pelos como que lo haga, por su parte, la calavera sobre la que ella misma se posa impasible, dentro de lo que fue una arraigada creencia en la resurrección no sólo del alma, sino de la carne. Sin embargo, hubo quien sí creyó precisamente en la supuesta resurrección de la carne desde los primeros siglos del cristianismo, en consonancia con el dogma principal de la resurrección de Jesucristo. Nótese que el autor de este libro ha enunciado conscientemente la frase en español sefardí, lo que nos lleva al mundo de los judeoconversos en la España de finales del siglo XV, la de los Reyes Católicos. Fijémonos, pues, en la circunstancia de que estamos ante la enunciación visual de un hecho imposible, al menos para quien labró el mensaje sobre la piedra, y que la conjunción entre la imagen esculpida y su inesperado “lema” nos dan un resultado propio de la entonces incipiente literatura emblemática. Por tanto, si sabemos apreciar el conjunto de estas diversas cosas, la rana con su calavera, y la frase sefardí como “motto” de aquella imagen tan inesperada, estaremos, probablemente, no sólo ante la “firma” de un escultor, sino ante una peliaguda cuestión teológica y dogmática. La mera anécdota de la rana se convierte así en mensaje cifrado, y este libro va desplegando las claves de ese hilo invisible. No voy a adelantar más argumentos ni sorpresas que los lectores sagaces sabrán encontrar por sí mismos en estas provechosas páginas. Pero antes de terminar esta reseña debo referirme al esfuerzo estilístico que ha hecho el autor al haber puesto el relato histórico precisamente en boca de la rana, que desde su privilegiado punto de mira espacial y temporal es capaz de hacer reflexiones con mayor liberalidad que si fuera el mismo autor quien hablara. Hay, pues, cierta conciencia de una tradición de literatura moral y fabulística que convierte a la propia rana en un personaje privilegiado (el único problema es cuando hay que entrar en cuestiones más técnicas y necesarias para un estudio de esta envergadura, que hacen necesariamente menos verosímil el monólogo del pequeño animal). De la vorágine de libros que se editan cada día, unos pasarán como el viento y otros perdurarán. Sin duda éste hará lo segundo.