Que somos una isla es bien sabido. Una isla rodeada del mar de la costumbre. Sea esto último lo que fuese. Contra el animal rutinario surge el ansia, manifestada o simplemente sentida, que tiene el humano de nutrirse de belleza. La que alcanza su punto más alto, muy posiblemente, en la Música. Un don divino, perceptible también por los seres irracionales, que va más allá de la Poesía. Pero cuando esta toca con la punta de los dedos el don de la musicalidad la estética está servida. En un banquete frugal, valga el oxímoron, ante el que se sientan los poetas verdaderos, aquellos que en verdad dan la talla. Aquellos que piensan que la Poesía es el temblor de un ave en la mano, hecha cuenco, de un niño. Ese pájaro sale volando de pronto, porque el muchacho suaviza la prisión, y en semejante vuelo, brota, salta la Poesía.
Algo así este volumen que recoge la poesía en español de Vicente Araguas, desde 2010 hasta el año en curso. Una poética libérrima, de lobo solitario, que no se ajusta a los parámetros culturalistas, mucho menos a los ilogicistas, que han mudado en páramo el panorama lírico actual. Poesía lírica, por cierto, la de Vicente Araguas, por más que teñida de colores épicos que la hacen trascendente en un mundillo literario que busca la satisfacción inmediata y apenas nada más.
A su aire, lejos de tertulias, saraos y negociados, solo en una soledad bien acompañada, Araguas se muestra conocedor de metros y ritmos variados, que hacen de su poesía un panorama diverso del que el lector ambicioso ha de extraer provecho. Poesía del «yo y el tú», pero también del «nosotros» y, aun, del «ellos», basada en un talante abiertamente liberal, en el sentido cervantino, de generoso. Poesía para mañana, en lo que tiene de campo abierto, donde pueden explotar minas o reventar granadas, en el sentido frugal/frutal del término.
No se pierdan este libro, tenso pero también distendido: la belleza está asegurada.