El cliché más difundido en la historiografía nos ofrece una imagen de Felipe V sumido en un belicismo constante debido al "egoísmo" de su segunda esposa, deseosa de dejar unos territorios donde sus hijos fueran soberanos. Belicismo que lleva al neutralismo de Fernando VI, valorado de forma controvertida y atribuido a un rey gris y sin relieve. Todo lo contrario que su sucesor y hermanastro Carlos III, cuya imagen ha sido impecable: buen rey, el mejor alcalde de Madrid, el reformista por excelencia y el exponente español del Despotismo Ilustrado; las Ordenanzas militares de 1768 han gozado de todos los parabienes y de todos los juicios favorables posibles. Una imagen muy diferente de la que tiene su hijo Carlos IV, cuyo reinado se considera el del marasmo, el que interrumpe la recuperación iniciada en el de su padre y que desemboca en una crisis completa: económica, social, política, militar y naval. Una visión que, aunque ha sido matizada en muchos aspectos, no ha perdido parte de sus estereotipos.