“Madrid se enteró de pronto que había muerto un gran poeta. Días antes una docena de caballeros enchisterados lo habían llevado a enterrar sin ceremonia oficial alguna (…). Los ateridos caballeros apenas si acertaban a hacerse oír entre el silabeo monótono del viento atravesado por una delgada voz:
¿A dónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza:
valle de eternas nieblas y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvide,
allí estará mi tumba.”