Un fuerte y un asedio. Dos flotas enfrentadas. Casacas rojas y revolucionarios. El nacimiento de una nación entre la sangre y el dolor y la heroicidad y la locura Pocas imágenes militares son más estremecedoras que la de un fuerte sitiado que debe contra toda lógica y a toda costa resistir. Bernard Cornwell se embarca en una de sus más extraordinarias novelas, al relatar la célebre Expedición Penobscot del verano de 1779 en tierras americanas. Incluso si John Moore, el héroe de la Guerra de la Independencia sí, el de la campaña y derrota en La Coruña no hubiera estado allí, este hecho de armas ocuparía un lugar de honor en la historia militar, pues fue el peor deastre naval que jamás sufrió Estados Unidos antes de Pearl Harbor. Con la ocupación de Majabigwaduce, los británicos pretendían establecer una base naval que sirviera de refugio a los lealistas que huian de la persecución de los revolucionarios de las colonias americanas. Pero el gobierno de Massachusetts decidió entonces «capturar, matar o destruir» a los invasores, y para eso puso en marcha la mayor flota jamás reunida por los llamados rebeldes. Au