HÉROES OLÍMPICOS ESPAÑOLES

HÉROES OLÍMPICOS ESPAÑOLES

Editorial:
POE BOOKS
Año de edición:
Materia
CONSULTA
ISBN:
978-84-945546-2-9
Páginas:
290
Encuadernación:
RÚSTICA
Disponibilidad:
Descatalogado

18,00 €

Empiezo pidiéndoles disculpas por haber dejado pasar tanto tiempo sin actualizar el blog, y más con la que está cayendo. Me lo han impedido otros mil compromisos. Uno de ellos fue realizar mi nuevo libro sobre asuntos olímpicos (son 12 ya, y dos sobre este asunto). El título es Héroes Olímpicos Españoles, su tema, la narracion de cómo se ganó cada una de nuestras 133 medallas. Son algo menos de 300 páginas y cada una ocupa, a lo sumo, dos, así que no se asusten. La próxima semana estará en las mejores librerías, y aquí les brindo un avance, con un resumen de la introducción. He querido que sea un viaje en el tiempo, como el que España ha vivido, y por eso lleva este título.

EL LARGO VIAJE DE UN PAÍS Y DE SUS GENTES

Desde el 1896 de los Juegos de Atenas hasta que en este 2016 más países que los que hay en la ONU Vayan a competir en Río, luchando contra incertidumbres organizativas, temores a la delincuencia y miedo a los mosquitos, han pasado 120 años. Doce décadas de desaforado progreso tecnológico, que encontraron al ser humano a lomos de caballería y alumbrándose con velas -salvo algunos potentados que ya disponían de rudimentarias bombillas- y lo dejan asomándose fuera del sistema solar. Que para qué ha servido todo eso es otro cantar. Nunca se estuvo más cerca del viejo sueño de la intelectualidad de que las ideas circulasen con amplitud y libertad, pero eso no ha evitado que hayan sido también 120 años de guerras mundiales y guerritas más pequeñas pero funcionales en cuanto a lo de matar gente, de campos de exterminio y de maltrato al planeta. Si el balance es positivo o negativo, dígalo cada cual. Una evidencia es que en ese contexto los Juegos Olímpicos se han asentado y crecido, cambiando mucho en cuanto a su forma y concepto, pero manteniendo el fondo fundamental de ser un espacio de encuentro pacífico entre gentes y culturas.

España y sobre todo los españoles tal vez hayan sido dos de los entes que más intensamente hayan vivido ese tránsito: en el XIX, en España aún mantenía la Santa Ynquisición. A finales del XX y principios del XXI, libertades, sin que eso signifique que no haya gentes añorantes del Santo Oficio. De camino, guerras coloniales, revueltas sociales, hambre, dictaduras, repúblicas, guerras, más hambres, desarrollo, transiciones, democracia, televisión, fútbol, automatización, el viejo sueño de comer cada día cumplido al fin, emancipación femenina, paro, crisis y, al menos, derecho a discrepar o al pataleo...

Y de camino, una trabajosa relación con el mundo exterior. Ese siglo XIX de los albores olímpicos comenzó con un Imperio español en su máximo apogeo: desde Oregón hasta la Tierra de Fuego. Desde Florida hasta Baja California. Las Filipinas, las Marianas, Guam. Acabó con una España de casas apeñuscadas, analfabetismo, hambre y emigración a las viejas colonias desde una antigua metrópoli dirigida por políticos, en su mayoría, de cortos alcances cuando no bajunos y mastuerzos. El cerrado y sacristía del que habló Machado y cantó Serrat. Dos años después de la primera cita olímpica, España vio cómo los pocos centenares de soldados y los viejos y los maltrechos barcos que quedaban caían heróicamente o se rendían con honor en los últimos vestigios del Imperio ante los acorazados y ametralladoras de unos Estados Unidos que en Atenas 1896 se habían hartado de ganar medallas anunciando en la supremacía olímpica la supremacía politica, militar y económica que mantendrían desde entonces y hasta a saber cuándo.

Aquellos soldados combatieron, como suele decirse, con un valor y un denuedo dignos de mejor causa de tal forma que en ellos se cumplió una vez más la eterna sentencia del Mío Cid, "Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor", y fueron aquellos a quienes en aquel momento tocó cumplir otra sentencia eterna en nuestra historia: a España la salvan, y la pierden, los propios españoles. Ninguno estuvo en Atenas 1896. En 1900, como la cosa era en París, caía más cerca y las gentes del deporte e ilustradas, que las había, estaban enterados del evento de Atenas, algunos más animosos que los demás decidieron participar abriendo, sin saberlo, la historia olímpica española.

Allí tuvo lugar la "medalla cero", la que durante muchos años estuvo encabezando la historia olímpica española y que, en honor a la verdad, es triste que ya no fi gure en los anales. La ganó Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, que por entonces contaba 30 años. La ganó en tiro de pichón, deporte durante mucho tiempo de moda en la aristocracia y clases pudientes. No fue olímpica, sino ganada en una de las múltiples competiciones paralelas que diluyeron los Juegos, pero don Pedro representa muy bien el tipo de persona que en España comenzaba entonces a interesarse por los deportes: era un regeneracionista, una persona de clase social elevada, consciente de los males del país y convencido de la necesidad de su reforma.

Pionero del ecologismo, fue activista en favor de la instrucción pública y en ella sus principales apóstoles propugnaban la educación física como medio de mejorar una raza en la que para ingresar en el ejército bastaba una talla de 1,50 y en la que el ejercicio físico estaba mal visto. Menudeaban, incluso, artículos en muy patrióticas publicaciones en los que se tachaba de herejía el gusto por los sports extranjeros aduciendo que en España también los había: los toros (sic), la esgrima, la pelota, la hípica, y como entretenimiento podía añadirse al teatro. Por añadidura, en aquella España la envidia y el rencor campaban por sus respetos: envidia hacia quien destacaba, rencor hacia quien triunfaba. El buscarle el lado malo a todo.

El bueno de don Pedro escribió una vez de religión y casi le condenan por hereje. A muchos de aquellos deportistas de la primera hora, también. Recordaban los viejos jugadores del Real Madrid, y como ellos otros, que la afición de los gamberros era quitarles el balón y salir corriendo, o que la autoridad solía llevarles a comisaría por alborotar con saltos y carreras en paños menores. Como ahora en los países del fundamentalismo islámico.

De "obra de romanos" se calificaba en España durante mucho tiempo las tareas grandes, trabajosas y de resultados brillantes, y romanas de ese modo fueron las gentes del deporte. España no volvió a los Juegos hasta 1920, cuando ya estas actividades no solo no estaban ya mal vistas, sino que incluso habían cobrado carta de naturaleza. En 1912 se pidió una modesta subvención para competir en los Juegos de Estocolmo y se contestó que no era cosa de pagar vacaciones a nadie. Ya con el deporte aceptado socialmente, el resto de dificultades fueron las "normales": durante muchísimos años los esfuerzos superaron en mucho a los resultados. En 1924 no hubo medallas. En 1928 se ganó una. A los Juegos del 32 apenas se concurrió por falta de dinero. En 1936 una guerra civil disolvió y enfrentó al equipo previsto. En 1948 nuestros atletas se felicitaban de que en los Juegos de Londres se diera de comer, aunque fuera poco. A 1952 fueron pocos y a 1956, ninguno.

Por fin, a Roma 1960 fue un equipo equiparable en número a los demás de nuestro entorno. Se iba, eso sí, a ganar experiencia. A aprender. Y algunos a comer por fin a gusto, que en la Villa Olímpica había abundancia a diferencia de la España de aún entonces. Se pasaron algunos de peso, recordaba Miguel de la Quadra Salcedo pero... ¿quién podría culparles? Luego llegó una suerte de normalidad. De normalidad de la simple existencia, puesto que ganar no se podía. Soviéticos (rusos), americanos, franceses, ingleses, italianos, checos, alemanes del Este y del Oeste parecían seres de otro planeta cuando se trataba de competir. Eran los años en que los españoles y las españolas que comenzaban a sacar la cabeza de nuestras fronteras, a veces con benévolas miradas de condescendencia ("si los hombres no hacen nada, a ver qué van a hacer estas pobres") iban a los Juegos y en ellos fi guraban en las eliminatorias y en los puestos 45, 23 o 68 de las listas.

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