Existe un lugar por el que todos pasamos antes de nacer: el £tero materno. Nos gestamos all¡ durante nueve meses. Algunas arrendadoras se sienten encantadas de tener un inquilino o una inquilina a los que conocer n de verdad casi un a¤o despu‚s. Otras se sienten atrapadas, consumidas por el hambre feroz de un par sito del que ya no se deshar n. Nosotras, nosotros, nos encontramos all¡ sin que haya mediado voluntad alguna por nuestra parte. Lo arrendamos, s¡, pero obligados. No tenemos la menor idea de c¢mo hemos llegado a esa matriz de mucosa, h£meda y c¢moda. Ni sabemos por qu‚ debemos salir de ella. Lo que s¡ sabemos es lo que ocurre despu‚s. Asistimos al segundo acto de la obra que protagonizamos, nuestra vida, mediatizados por las l¡neas de di logo del personaje secundario m s importante: la madre. Nuestra madre. La relaci¢n de madres e hijas, de hijos y madres, define c¢mo nos enfrentamos a nuestra propia existencia. La figura de la madre se vuelve aterradora. Dependemos de ella durante nuestros primeros a¤os y cuesta desligarse de esa dependencia una vez crecemos. Las peores relaciones t¢xicas son mate
