Esta tradición no se apoya en la originalidad del argumento ni tampoco en la calidad del ingenio, sino en lo lejos que el creador estádispuesto a llegar para neutralizar la monotonía de un libro deinstrucciones, por ejemplo, o la calidad de la observación de lascosas pequeñas, la descarada elección de detalles. «Nunca envíes a lamesa un muslo de ave», recomendaba Swift a la cocinera en este libro,«mientras haya un perro o gato en la casa a los que se pueda acusar de haber huido con él». Hasta ahí, todo bien; razonable y plácidamentesubversivo, pero en la siguiente frase la lógica de Swift se desbocade forma maravillosa. «Si no hay ni uno ni otro, debes culpar a lasratas o a un extraño galgo». El extraño galgo, con la ayuda de lasratas, aparece para arrancar la frase de las aburridas y encomiablesfauces de la sátira y tragársela en un festín de misterio y disparate. Es un golpe de genio, de los que abundan en muchas frases deInstrucciones a los sirvientes. Colm Tóibín