LA AMENAZA

LA AMENAZA

Editorial:
TIERRA TRIVIUM
Año de edición:
ISBN:
978-84-120627-3-1
Páginas:
384
Encuadernación:
Rústica
Disponibilidad:
Disponible en 5 días

18,00 €



He tenido la suerte de conocer a Abrasha Rotenberg y de participar en la presentación de su novela La amenaza (Tierra Trivium). Judío ucraniano, nacido en 1926 –cuatro años después de que Ucrania se integrara en la URSS-, Rotenberg emigró a los ocho años a Argentina. Formado académicamente como economista y sociólogo, Rotenberg fue compañero de fatigas de Jacobo Timerman en la creación de revistas como Primera Plana y periódicos como La Opinión, que llegó a dirigir. Se exilió a España tras el golpe militar de 1976 en Argentina y ahora vive en Buenos Aires, con frecuentes estancias en Madrid. Esposo de la pianista, cantante y musicóloga Dina Rot, sus hijos son la actriz Cecilia Roth y el músico Ariel Rot.

Hasta aquí la ficha biográfica (muy comprimida) de una personalidad –persona y personaje- no suficientemente conocida en nuestro país, resumen útil para comprender y contextualizar el contenido de La amenaza, su sorprendente debut en la novela –antes escribió otros libros- cumplidos los noventa años.

La amenaza se desarrolla en dos fechas dramáticamente relacionadas para el personaje principal de la novela. En 1976-1977, en los albores y primeros pasos de la sangrienta dictadura militar argentina, y en el verano de 1942. En la primera fecha, correspondiente al breve arranque y al breve desenlace de la novela, se da cuenta de la sombra siniestra que las nuevas autoridades militares derraman sobre el destacado periodista crítico Moisés Travinsky y, al final, se narra su detención y desaparición, escuetamente anticipadas en la primera línea del libro. La complicidad de cierto poder periodístico con los militares y el frío y terrorífico despliegue de la maquinaria represiva de la dictadura son las dos notas esenciales de estos dos tremendos pasajes.
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Pero el grueso de la novela –más de 285 páginas- transcurre en 1942, cuando el adolescente (16 años) Moisés Travinsky, judío inmigrante, de modesta familia asentada en Buenos Aires, se desplaza en el verano a la localidad de Río Ceballos (provincia de Córdoba) acompañando a su madre y a su hermana, que busca reponerse de una afección pulmonar en un clima saludable.

En esta novela, que contempla desde una perspectiva política la Historia y la intrahistoria de Argentina, en ese verano de 1942, en el microcosmos de un pueblo y de un pequeño hotel, se ahonda en los ecos planetarios de la II Guerra Mundial en curso, con las tensas expectativas, para unos y otros, sobre el triunfo de los alemanes o de los aliados y en el contexto de un país por el que circulan nazis locales y foráneos, espías y refugiados y en el que ya se esbozan tramas militares y civiles que aspiran a asaltar el poder al rebufo del hipotético triunfo de Hitler. En tal contexto, Rotenberg aborda las inquietudes y comportamientos de las familias judías, que perciben una creciente atmósfera antisemita, no desligada de un fuerte sentimiento anti-izquierdista y de hostilidad hacia los inmigrantes. En estas coordenadas, La amenaza acoge aromas –sólo aromas- de “thriller” y de novela de espionaje e intriga.

Al mismo tiempo, de un modo central y de la mano del adolescente Travin, La amenaza –con palpables resonancias autobiográficas- se erige como una excelente novela de formación, de aprendizaje, de iniciación. Travin –de ideas comunistas entusiastas y gran lector y cinéfilo- es un muchacho en crisis, en tránsito, desbordado tanto por el potencial de su inteligencia, cuyas intuiciones maduras rebasan la realidad de su flagrante inmadurez, como por las pulsiones vitales –particularmente, amorosas y eróticas- propias de su edad.

Arrogante, radical, intolerante, polemista, crítico, fabulador, fingidor, mentiroso, torpe y desafiante –como tantos jóvenes-, Travin no sabe controlar su vehemencia, reincide en sus errores, mete la pata, no equilibra sus inseguridades de fondo con la pretendida seguridad de su fachada, no logra aplicar su brillante inteligencia a sus actos y se desliza, con resultado de dolor, de daños y de riesgo, hacia la imprudencia y la temeridad. Escéptico ya en lo religioso, avergonzado por su condición judía y humilde, Travin cuestiona a su familia, lo que va ligado a la mirada crítica de Rotenberg sobre ciertas formas de ser y proceder de distintos estratos sociales de la comunidad judía.

Travin se hace constantemente preguntas, que son preguntas que se hace Rotenberg, para intentar aclarar sus rumbos y superar sus contradicciones: una no pequeña es el porqué de su atracción hacia una muchacha de clase alta y su inquietante entorno. Estas preguntas y los abundantísimos diálogos permiten asomar también la silueta de una novela de ideas, desplegada de manera muy dialéctica.

Es inevitable decir que sorprende y cabe calificar de excepcional que Abrasha Rotenberg haya abordado con fortuna, superados los noventa años, no sólo el género de la novela, sino –en una de sus vetas fundamentales- esta clase de novela de iniciación (de verano, de hotel, de descubrimiento del sexo). Y que lo haya hecho con gran frescura y vivacidad, con un humor que salpica el tejido dramático, con un subyugante juego entre lo aparente y lo real, con diálogos que denotan excelente oído y con hábiles estrategias narrativas como son la fluidez que procura la corta extensión de los capítulos y la constante siembra y aplazamiento de episodios intrigantes y, en ocasiones, de una terrorífica tensión. Con el trazo de un itinerario que se revela finalmente circular en lo personal y en lo histórico, uniendo muy dramáticamente el principio y el desenlace y dejando en medio un extenso recorrido –el origen de un periodista, el origen de una dictadura- que da explicación, sustancia y matriz históricas a ambos.

Piensa Travin, escribe Rotenberg: “Almorcé poco, bebí una copa de vino, no repetí postre y me pregunté en qué me había equivocado. Después me fui al cuarto y dormí una larga siesta: no tenía otra cosa que hacer. Mi vida se había transformado en un erial sin esperanzas, en un doloroso vacío carente de sentido. Yo era una mísero, fatuo y engreído imbécil perdido en las nieblas de su adolescencia y sin deseos de buscar alguna luz que lo guíe. Había logrado, a los dieciséis años, transformarme en un fracasado. Esa era la verdad, mi verdad. ¿Qué podía hacer para superar mi desesperación? ¿Dónde podía encontrar la respuesta?”

Esta reflexión, este soliloquio de Travin, situado al final de un capítulo, contiene algunos de los elementos ya comentados y concentra, entre el abatimiento y el aburrimiento solitarios, la percepción de sí mismo del personaje, que marca su situación crítica y es nódulo de esa vertiente de novela de iniciación y formación que, junto a otros aspectos reseñados, insisto en señalar como característica de La amenaza.

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