El miedo, en todas sus formas extremas, resecó los órganos vitales yselló la boca a todas las personas que sufrieron los desgarros deaquel tachón sangriento del año 1936. Entendieron con todas susconsecuencias aquellas dos frases bíblicas, os habent et non loquentur (tienen boca y no hablarán), oculos haben et non videbunt (ojostienen y no vieron), que machaconamente repetían los curas en latíndesde los púlpitos.
Si a ese hecho se une el engañoso juego dela memoria, ese pozo oscuro de los recuerdos, acomodadosconvenientemente para nutrir nuestra autoestima, entenderá el lectorla difícil tarea del escritor para traspasar esa niebla, ese cúmulo de diminutas partículas que limitan la transparencia y difuminan losperfiles de las personas y las cosas. Todo ello conforma La bruma queapacigua la memoria. Por tanto, cautela: ¡No hay mayor mentira que lamemoria!