La llegada de Helen desde Londres con su minifalda y su tocadiscos a una España agitada por el cercano referéndum de ratificación de la Constitución de 1978, conmociona al pequeño pueblo de Castillejo de Montealba, en Salamanca. Decidida a reclamar la herencia de su difunto padre, se instala en la casa familiar con sus desconocidas tías, propietarias de la antigua fábrica de cerámica y porcelanas Bernal.
Ayudada por un ambicioso funcionario, Helen lidiará con su rígida y amargada tía Charo, aferrada a los recuerdos, sin más anhelo que escuchar viejas canciones mientras revisa antiguas fotografías. También tendrá que batallar con la sumisa tía Vega, una mujer estrafalaria apegada a sus muñecas de porcelana, aterrorizada ante la posibilidad de perder su rutinaria y apacible vida, convencida de que los cambios siempre traen desgracias. Demasiados secretos, demasiados recuerdos que ocultar, pero Vega confía en que Charo lo arreglará todo, como siempre, mientras ella juega con sus muñecas y prepara infusiones de flores.
Pero Helen no puede esperar más en esa casa oscura con su jardín decadente y su estanque sucio, porque la realidad es que no ha ido hasta allí solo en busca de una herencia, sino huyendo de sus propios fantasmas. Unos fantasmas que dejan un rastro de color rojo, el color de la sangre