Para que sea culminada, la poesía no precisa de extensos dominios, de lejanías. A veces un apenas le basta, un silencio insinuado le es suficiente, una imagen que no pertenece de todo al mundo y, sin embargo, se encuentra en lo esencial de sus giros. Los haikus de José Antonio Santano deben leerse como una alianza del instante, lenguaje sosegado que une atajos para tejer un camino, siempre de ida. No sólo el bambú y las aves con su vuelo de caligrafía zen caben en un haiku, no sólo los juncos y los cerezos; también le es dado al olivo ser leve y grave a un mismo tiempo, tener su firmeza y su mudanza de estaciones en el azul meridional, es él el que reclama la mirada de un poeta que escribe el sutil himno de las cosas, casi inaudible.