Al amor de la lumbre (todas las lumbres la lumbre), sin ayuda del compa´s de la gota en el caldero, se canta casi sola la cancio´n, se va y se viene. No es el hogar del susurro o el recogimiento, porque Karlotti, salvaje como los indios, se come los tiempos del verbo, escupe flechas sin blanco que se curvan al atravesar la lejani´a de los instantes incendiados. Hay tambie´n un descampado donde ladran los perros familiares, y alli´, en ese “concurrido abandono”, uno se sacude el lomo como ellos para regresar ligero al lecho de las sa´banas limpias y las sa´banas sucias. “Es una fiesta resistir ante la lumbre/Iniciar un cuento que termina entre los pa´rpados /… /”.