Una noche a la luz de la luna; el eterno retorno de Caín y Abel; una isla con una sola montaña; el dormitorio en un piso de estudiantes; casas como colmenas donde imaginamos formas del sexo y el deseo; la habitación amarilla donde un escualo se enfrentará a sus pesadillas; una calle en Navidad; un bar, un bosque, una confitería. Lugares solo posibles en un tiempo concreto, situado y cierto ?cronotopos? donde se anudan el fracaso y la ilusión, la oración y la poética, la calma y la rabia.
Las puertas permiten cruzar de un lugar a otro ?huir, abandonar, regresar?, y de ahí sus desplazamientos metafóricos. Las abrimos con suavidad o las cerramos de un portazo, invitamos a pasar o damos con ellas en las narices. Abrir y cerrar son acciones nada banales por cotidianas, pues traspasado el umbral nos aguarda la sola certeza de la incertidumbre. Las puertas vacías nos dejan boquiabiertos, de una pieza, con la perplejidad de haber dado un paso en falso. Los abismos se abren ante nosotros cuand