Puede que los árboles no sean conscientes de su soledad, ni siquiera de su verticalidad, pero sobreviven conectados entre sí en silencio y armonía, ante nuestra fascinación e ignorancia. Si existiese un cielo para los seres diminutos que pueblan la tierra bajo sus raíces: anfibios, hongos, insectos? hablaríamos del Micelio. Un micromundo de acontecimientos y melodías oculto a los ojos del Universo mayor. Para aprender a observarlo con lupa de gigante, debemos aproximarnos a su misma altura sin ruido ni voces. Quizás así, reconozcamos las huellas que dejaron aquellos que nos precedieron. Ese cielo de y para los humildes es el murmullo y la memoria sin fondo de los que nacieron sin saber. Joan de la Vega Ramal