Poemas para el dolor propio y ajeno son bálsamos para el alma humana. Los primeros son píldoras que el autor ingiere con la esperanza de aliviar su alma inquieta. Cada verso es una pequeña dosis de consuelo por calmar la tormenta interna que lo sacude. Son remedios emocionales que lo conectan con su dolor, pero también buscan restañar la herida de la desesperación. En contraposición, los segundos son verdaderas terapias para el malestar colectivo, de un mundo que, inmerso en la era digital, está marcado por la angustia de las guerras, el éxodo de los refugiados y el eco de la violencia. El poeta amplía las voces de los que sufren lejos de las pantallas, que huyen de la destrucción.