A veces las noches de mierda avisan antes de comenzar a devorarte, aunque de haber sabido que iba camino de una pesadilla con tintes literarios, la sargento Erskine hubiese preferido una que fuera sobre viejos cementerios de esos que ya no quedan y que tanto le gustaban a H. P. Lovecraft, o sobre la húmeda Arkham, en vez verse arrastrada, y ni siquiera sola, a una que apunta incansablemente al desierto del que habló Abdul Alhazred; o, si todo el mundo dejara de hacer el anormal un rato, y pudiera pensar, pediría algo más sencillo, como que los aliens recién llegados desde el infinito situado más allá de cuanto conocían, de mundos cuya simple existencia aturde la mente con las aterradoras posibilidades extra cósmicas, no estuvieran siempre detrás de todo, ni fueran tan gilipollas.