Una decisión imposible de posponer. Un reino que anhela a un consorte para su emperatriz. Un pacto repleto de cadenas invisibles que les proporcionará libertad dentro de un compromiso que los dos aceptan por su país. Pero, cuando Katya cree que el amor es tan solo un cuento de hadas, Edmond se convierte en una profunda y dolorosa debilidad. El día que Katya llegó al trono jamás esperó que necesitase a alguien a su lado. Cada vez que recordaba el poder que emanaba la figura de su madre se sentía tan diminuta como en los días que sostenía su mano. La única opción para afianzar su Reino era casarse con un príncipe al que no le importara permanecer en un segundo plano sin hacer demasiado ruido. A Edmond siempre le habían susurrado que debía ser el monarca de su nación. Con un padre tan exigente como el suyo, jamás hizo demasiado hincapié en sus propios deseos: no pudo elegir con el corazón, ni tampoco con la razón. Así que no tenía nada que perder. Cuando la princesa apareció en su camino, no sentía demasiado agrado por aquello que representaba, pero el beneficio era lo único que exigía su pueblo. Por ello no tendría ningún reparo en acceder a sus peticiones: serían un matrimonio ejemplar, con todos los herederos que exigiera su posición. Sin embargo, sus sentimientos jamás tendrían la oportunidad de entrelazarse. Ese era el trato. Pero mientras la princesa luchaba para que los latidos acelerados de su corazón no fueran por su esposo, la oscuridad que acechaba Lundenia se extendía por cada rincón del palacio con el fin de arrastrarla hacia el abismo.