De nuevo la familia como generatriz de tragedias.
Otra vez el orden se restaura con la desaparición de todo y de todos. En Dientes de flores los hombres ven el suicidio como pasaporte a la felicidad y maldicen a las mujeres por ser dadoras de vida. Un adolescente quien, acosado en su entorno escolar, dinamita el seno familiar revelando el secreto de su padre en una suerte de venganza vital, mientras este, atormentado por su homosexualidad, sentencia: «nada más aterrador que un corazón con forma de precipicio». Estas palabras resuenan como un motete fatídico en cada escena donde la muerte, con su danza, insiste en ser protagonista única. Una pregunta surge al final del desastre: ¿realmente la náusea está en nuestro ADN o simplemente podríamos hablar de «cobardía»?
Junto con Bastardos y El tiempo no hace ruido, Dientes de flores forma parte de la trilogía sobre el «fatum familiare» del dramaturgo Carlos Herrera Carmona. El propio autor manifiesta a propósito de su nueva obra: «he cumplido mi deseo. El círculo ya está cerrado. La expiación ha llegado a su fin».
