No hay erotismo sin levedad ?una cierta ingravidez de los cuerpos al tocarse? as¡ como tampoco hay palabra sin silencio. Ambos, levedad y silencio, fundan un espacio de significaciones y sentidos indispensables para comunicarnos con ese otro que nos ama o nos escucha (y hace, a veces, las dos cosas). Desde ese espacio escribe Juan Luis Landaeta La conocida herencia de las formas. Escribe desde lo breve. Como en ese juego de la infancia, donde un¡amos puntos hasta completar una figura, el lector traza aqu¡, entre verso y verso, la totalidad del poema y comulga con ‚l. Entre poema y poema, traza la totalidad del libro, que es un libro er¢tico. No solamente porque habla del cuerpo amado (habla en realidad de muchas cosas) sino porque ese cuerpo que es la escritura propone un juego de seducci¢n: algo se muestra, algo instant neamente se oculta; atraemos y somos atra¡dos por la fuerza gravitacional de las im genes y la propia fuerza. Tiene, tambi‚n, algo de galer¡a de espejos: en cada fragmento algo de nosotros aparece. Nos re-conocemos. Tal vez porque las maneras de amar son parte de una tradici¢n, de una herenc
