Experiencias tan pequeñas como esas me cautivaron completa y totalmente. Me permitieron escapar de la prisión de mi odio, mi prejuicio, y me permitieron huir hacia un clima más apacible, a una conciencia más apacible. Recién cuando me convertí en la vida pude comprenderla. Al comprenderla y serla, comprendí a Dios, al Dios Desconocido, una entidad sin rostro, sólo para quedarme atrapado en un millón de destellos de polvo de azafrán, en la nota aguda de un bello pájaro y en la profunda garganta de la flor carmesí. Allí fue donde finalmente lo encontré y me encontré a mí mismo en medio de eso.»
Estaba cautivado por la melodía del pájaro en la noche, por el maravilloso cuidado de sus hijos durante el día, y por la compañía del arbusto enmarañado, que en su fealdad y su aspecto siniestro me sorprendía con un aroma embriagador y la melodía del pájaro. Sólo cuando me atreví a aceptarlos en mi mundo y en mi mente me convertí en ellos, entonces comprendí su misterio.